2 de septiembre de 2010
Cuál es la convicción que tenemos acerca de calidad de la Educación
La calidad de la educación chilena es un tema vigente. Está siendo tratado como una demanda que emerge del sistema social, político y económico hacia el sistema educativo. Sus focos de atención se han centrado en los logros de aprendizaje, en los resultados en las pruebas estandarizadas, en los desempeños docentes y en la comparación con estándares que emanan del contexto internacional, con la evidente intención de aproximarnos a los rendimientos que obtienen los países desarrollados. Esta última situación se contextualiza en las demandas que emergen de la incorporación de Chile a los países que conforman la OECD (Organisation for Economic, Co-operation and Development)
Si asumimos calidad asociada a ideas más amplias tales como calidad total, control de calidad y aseguramiento de la calidad, no podemos continuar infiriendo que educar, basados en la excelencia académica para logros de calidad, consiste principalmente en obtener buenos puntajes en las pruebas estandarizadas. (SIMCE, Sistema de Medición de la Calidad de la Educación; PISA, Programme for International Student Assessment; TIMSS, Third International Mathematics and Science Study o PSU, Prueba de Selección Universitaria).
La calidad total, es una práctica orientada hacia la satisfacción plena de las expectativas. El control de calidad, se relaciona con las acciones de control y seguimiento preventivo a los procesos para corregir oportunamente las desviaciones o distorsiones. El aseguramiento de la calidad, está basado en los procedimientos que las organizaciones inteligentes implementan para evitar los defectos durante los procesos y en los resultados.
Concebir técnicamente la calidad de la educación, permite comprenderla situada en las complejidades estructurales, las connotaciones culturales y las implicancias epistemológicas, sociales y éticas a las que se expone.
La calidad de la educación y la excelencia académica están íntimamente vinculadas. La excelencia académica se puede entender como la calidad de las ideas (conocidas y nuevas), de los principios (éticos) y actuaciones de quienes se sitúan habitualmente por encima del simple cumplimiento material y rutinario de su deber, constituyendo ante todos un ejemplo vivo de vida coherente. La excelencia así entendida solo es posible en un marco de libertad, sana competencia por ser mejores y respeto recíproco.
Entonces la calidad no sólo debería estar tensionada en función de ser eficientes en la producción de conocimiento, bienes y servicios. Una reducción de este estilo coloca la educación en función de las restrictivas demandas de una sociedad que subentiende la excelencia basada en el supuesto neopositivista del exitismo productivo.
Otro enfoque de la calidad es educar para formar personas éticas y morales, llamadas a co-construir el conocimiento entre todos, capaces de desempeñarse en una economía sustentable; que aprenden integrando las disciplinas y comprendiendo la complejidad interdependiente de la realidad. Agentes sociales que desarrollan una identidad activa y respetuosa, que promueven un desempeño tolerante en una sociedad construida en la interculturalidad. Educar es formar personas humanas, que se sienten llamados a cultivar las expresiones más auténticas del conocimiento, la ciencia, la técnica, el arte, el deporte y la cultura.
La calidad de la educación no es neutra moral y éticamente. Se define en el tipo de personas que queremos formar, en la antropología-filosófica que orienta la visión del mundo y del hombre situado en la historia, la sociedad y la cultura, como un ser llamado a buscar la verdad y desarrollar el conocimiento.
Pedagógicamente la calidad de los aprendizajes se debería medir no sólo por la capacidad de administrar información y por la habilidad intelectual y cognitiva de evocar conceptos teóricos o experiencias prácticas registradas en la memoria o en el repertorio de las vivencias, sino que debería fundamentalmente situarse en la capacidad de co-construir el conocimiento.
La calidad del aprendizaje, en la actual transición cultural hacia una sociedad plenamente globalizada, en la cual los alumnos aprenden tanto en contextos presenciales como virtuales, las competencias y los conocimientos deberían evaluarse como constructos intelectuales, teóricos y prácticos, expresados como artefactos culturales mediados por el lenguaje. La productividad escrita, visual y oral, se puede manifestar como conocimiento utilizando la lengua materna, el lenguaje matemático, el lenguaje geométrico, el lenguaje musical, el lenguaje de señas, o cualquier otro lenguaje capaz de representar la realidad objetiva, la de las cosas, o la realidad inmanente, la de las ideas. Lo trascendente es que el aprendizaje de calidad debiera formalizarse, como manifestación metacognitiva y de metalenguaje, a través de una capacidad comunicacional de los alumnos, que se debería evidenciar en la transferencia del conocimiento que los propios alumnos son capaces de gestionar.
Para valorar aprendizajes de calidad, es conveniente diagnosticar, antes del aprender, conocimientos, competencias, habilidades, destrezas y valores que den cuenta del repertorio de vivencias previas de los alumnos. Durante el proceso de aprendizaje, es necesario apreciar la propia toma de conciencia acerca de cómo se aprende (metacognición), evaluar los contextos de aprendizaje y los recursos didácticos que se utilizaron para aprender, las formas de acceso y administración de información (ej.: foros, correo digital, Chat, Internet, otros) y las modalidades de construcción y transferencia del conocimiento (ej.: comunidades de aprendizaje, portafolios pedagógicos, espacios digitales de colaboración, wikis, twitter, entre otros). Al final de los ciclos educativos se debería valorar, a través de una evaluación autentica, los logros de aprendizaje y los impactos educativos, sociales y culturales.
Educar en la calidad y basados en la excelencia académica es más que ponderaciones en pruebas estandarizadas. Constituye una distinción explícita entre formar para el progreso, que es económico y material, de formar para el desarrollo, que es humano y cultural. Lo primero es funcional a una sociedad competitiva, materialista y basada en el consumo. Lo segundo, es funcional a una opción más trascendente, asociada a la inteligencia y a las expresiones más sublimes del espíritu humano. No es lo mismo educar para formar prioritariamente ciudadanos eficaces en la producción de bienes y servicios, que educar para formar personas humanas integrales, con responsabilidad ante la vida, con conciencia estética y cívica, con una profunda vocación ética hacia la justicia y el respeto del entorno natural y de quienes les rodean.
La calidad de la educación emerge potencial y auspiciosa en personas que se sienten responsables de una sociedad justa y equitativa, de una economía distributiva y sustentable y de una cultura viva. La calidad de la educación se advierte promisoria en personas que están disponibles para una permanente búsqueda de la verdad y que se sienten llamadas a respetar de manera inclaudicable los derechos de todos los seres humanos.
En definitiva, la disyuntiva es si buscamos calidad educacional para producir bienes y servicios o queremos calidad educativa para formar personas humanas.
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