14 de julio de 2016

CUENTO SEMICORTO 21: LA MIRADA PERDIDA

CSC21 (12.07.2016)
LA MIRADA PERDIDA

Eran los tiempos de la marginalidad social económica y política eran los tiempos de la ignominia y del miedo

Cuando era difícil sobrevivir porque podías desaparecer y más aún era difícil estudiar siendo resistente

Debido a que se le atravesó la historia y fue expulsado de las aulas después de siete años sin estudiar había insistido en retomar sus estudios universitarios

Para subsistir se fue los veranos como poder comprador de cereales a la ciudad de los ancestros mapuches en las laderas y estribaciones de la Cordillera de Nahuelbuta

Por encargo de sus mandantes arrendó la bodega abandonada que estaba en la estación de trenes

El escribía por las tardes con su blanca y pequeña máquina de escribir marca brother

Lo hacía sentado en una silla de mimbres medio recostado en contra de la gruesa pared de adobes sosteniendo su pequeña máquina en sus piernas

Extraña e incómoda manera de escribir a máquina quizás como presagio de los laptops que vendrían

Había tiempo para escribir porque el pueblo era pequeño y en verano las compras que eran posibles se reducían a lo que quedaba rezagado en los campos de los productores minoristas de granos

El escribía para llenar su soledad y porque quería inventar una nueva poesía hermética y existencialista

Escribía su libro de poesías que denominó Ataraxia en un Acto Inconcluso y el Encanto de los Sueños y sobre el cual siempre estuvo muy orgulloso

Nunca lo publicó al perderlo entre cajones de tomates y bolsas de basura en los que se trasladaron los cachivaches menores en el traslado de casa ya hace veinticinco años

Fue una pérdida que le impactó el alma pero quedaron reverberando en su mente las vivencias de ese libro perdido

Mientras escribía una tarde calurosa que era ablandada por una leve brisa fresca sintió que le miraban desde lejos

Observó la cima verde de pastizales y árboles que estaban al frente de la bodega un poco más allá de los rieles y no logró ver a nadie

Le preguntó al hijo del Jefe de Estación que oficiaba de ayudante si veía a alguien entre las cabañas y pequeñas casas marginales que trepaban entre los árboles

Nadie veía a nadie pero el sentía una mirada furtiva que lo invadía y de manera enigmática le impedía continuar escribiendo

La tarde siguiente fue lo mismo dificultando escribir sus versos atolondrados

La mirada comenzaba a ser una obsesión cotidiana

Transcurrieron los largos días de ese verano quieto e inmóvil que llegó a ser como un bálsamo tranquilo alejado de todas las amenazas

Como la mirada perdida persistía insistente y perturbadora sin dejarse ver un día cualquiera se escondió tras la puerta de madera para escudriñar entre las rendijas

Y ahí estaban esos ojos negros profundos y penetrantes ocultos tras la vieja batea de madera en la cual ella lavaba sus ropas sin tenderlas nunca para que se orearan

Sólo se veían sus ojos apanterados y misteriosamente penetrantes

La imaginó como una princesa ancestral engalanada en ritos tribales danzando entre fuegos purificadores

La creyó una bandolera cabalgando entre las lianas y los nothofagus de la selva valdiviana empoderada en sus territorios atávicos

La pensó como una amante furtiva escabulléndose en una lluviosa noche para dormir con su amado al lado de una cascada que cae eternamente cubriendo sus amores locos

También la presintió sin entender por qué con una gran pena

La temporada de compras de cereales terminó los despachos finalizaron los vagones cargados de granos emigraron y la bodega se cerró

El último día al despedirse del ayudante no resistió la tentación y le preguntó

Conoces la niña mapuche que lava ropas tras la batea de madera

Sabes me intriga no haber podido conocerla no haber conversado con ella ni siquiera conocí su rostro sólo sentí su mirada

Él se mantuvo inerte y mudo sin serlo

Al abandonar la faena me propuse resolver algún día el misterio

Pasaron los años y de manera fortuita al encontrar en el mercado de abastos a uno de los mapuches que vendía sus cereales a menor escala le recordé la bodega de compras y le pregunté si sabía de la niña de la batea de madera en la estación de trenes

Le expliqué que habiendo transcurrido el tiempo me intrigaba lo intenso de esa mirada que permaneció latente hasta siempre

Es la loca del tren me dijo la que se tiró despechada por el huinca que la dejó y le regaló sus piernas

Por primera vez comprendía que la fuerza del amor de las pasiones y del odio estaban todas juntas en la mirada de quienes sufren el resto de sus vidas

Que las miradas son la reverberación del alma.


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